Una naturaleza exuberante y pródiga como nunca había visto en mi vida acompaña cada rincón de esta isla. El cielo además ha derramado agua con idéntica generosidad. Pero la lluvia no esconde lo evidente: que aquí los hoteles no se plantean como petardos de hormigón. Aquí, al menos hasta ahora, el concepto Benidorm o de Marina D’or, no existe. Los hoteles se hallan integrados en el entorno, del cual apenas sobresalen visualmente. Como en algunas áreas del norte de la isla de Mallorca o de Cerdeña. Con mucha cabaña de madera, que acentúa el sabor local. El caso es que me hallo en una de ellas. Y será la ausencia de tv, la ausencia de ruido y la ausencia de estímulos, que caigo en un sopor cuando por la noche me pongo a escribir. Aquí. En una cabaña. En una isla del Atlántico, como un Tarzán, pero en versión aburguesada y con repelente de mosquitos.
lunes, 6 de octubre de 2008
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