
Casi en la primera semana de mi estancia asistí a una escena de alegría de una alumna que enseñaba a la profesora de cocina una carta enviada por sus padrinos económicos, creo recordar de los EEUU. Esta estudiante estaba sostenida por una organización tipo Ayuda en Acción o Aldeas Infantiles. Algún comentario de mi compañera de cocina, la lógica comunicación personal con la alumna durante mi estancia y una situación difícil vivida por ella y por su hermana hace unas semanas, hicieron que tomara la decisión de ver el centro en el que había(n) crecido.
Así que he alquilado un coche y esta mañana hemos ido a visitar el Rancho Santa Fe, de la organización Nuestros Pequeños Hermanos (http://www.nph.org), la alumna, su hermana, el hijo de tres años de ésta última y yo.
EL lugar está situado a una hora de Tegucigalpa. El enclave es excepcional. Varias casas diseminadas en una enorme extensión de terreno verde en las que viven desde niños de cuna hasta jóvenes de veintitantos años. En el Rancho, los niños estudian desde preescolar hasta secundaria y poseen talleres vocacionales (Formación Profesional) en los que aprenden un oficio. Existe además una casa en la que atienden a ancianos, otra en la que se hallan jóvenes con graves discapacidades físicas y mentales y otra en la que se encuentran niños con VIH. Decenas de voluntarios, en su mayoría de los Estados Unidos, atienden las necesidades educacionales y afectivas de esos cientos de niños. Entre ellos dos cooperantes españoles con los que he mantenido una larga y cálida conversación. Dos jóvenes, Pilar y José, terapeutas ocupacionales, que ayudan a superar las discapacidades y trastornos de los niños del Rancho y que han decidido dedicar 13 meses de su vida a esa labor. Desgraciadamente, las carencias de muchos niños y la vida que han sufrido hasta que llegan allí son apabullantes. Por lo que su narración estaba llena de trabajo diario y de satisfacción por la corriente de afecto que daban y recibían.
Muchas han sido las imágenes e historias de hoy y muy intensa y gratificante la experiencia. En fin, la vida está llena de personas con historias pequeñas que se hacen grandes cuando lo que cuentan es el ejercicio de compartir su vida con los demás.
Pilar, la cooperante española, tiene un blog en el que narra con naturalidad y energía su labor allí:
http://mividaenhonduras.blogspot.com/
EL lugar está situado a una hora de Tegucigalpa. El enclave es excepcional. Varias casas diseminadas en una enorme extensión de terreno verde en las que viven desde niños de cuna hasta jóvenes de veintitantos años. En el Rancho, los niños estudian desde preescolar hasta secundaria y poseen talleres vocacionales (Formación Profesional) en los que aprenden un oficio. Existe además una casa en la que atienden a ancianos, otra en la que se hallan jóvenes con graves discapacidades físicas y mentales y otra en la que se encuentran niños con VIH. Decenas de voluntarios, en su mayoría de los Estados Unidos, atienden las necesidades educacionales y afectivas de esos cientos de niños. Entre ellos dos cooperantes españoles con los que he mantenido una larga y cálida conversación. Dos jóvenes, Pilar y José, terapeutas ocupacionales, que ayudan a superar las discapacidades y trastornos de los niños del Rancho y que han decidido dedicar 13 meses de su vida a esa labor. Desgraciadamente, las carencias de muchos niños y la vida que han sufrido hasta que llegan allí son apabullantes. Por lo que su narración estaba llena de trabajo diario y de satisfacción por la corriente de afecto que daban y recibían.
Muchas han sido las imágenes e historias de hoy y muy intensa y gratificante la experiencia. En fin, la vida está llena de personas con historias pequeñas que se hacen grandes cuando lo que cuentan es el ejercicio de compartir su vida con los demás.
Pilar, la cooperante española, tiene un blog en el que narra con naturalidad y energía su labor allí:
http://mividaenhonduras.blogspot.com/