
La vecina de enfrente es una española que ha venido a Honduras para adoptar un niño. El niño ya está con ella desde hace un mes. Se llama Vidal, tiene 4 años y como muchos chavales de aquí es extremadamente cariñoso y se te tira a abrazarte cuando te ve. El caso es que ayer fui a dejarles unos buñuelos que habían sobrado en el cole y entablamos una conversación en la que me explicaba las dificultades que había pasado hasta llegar al momento actual: 7 años (¡!) de camino desde que empezó el proceso, la asignación del niño desde casi su nacimiento y a pesar de eso, la dilatada espera. Tampoco ahora le está resultando fácil: el único procurador del país que se dedica a dar su Visto Bueno para finalizar el procedimiento ha pillado la varicela. Que vaya, también tiene guasa la cosa. Así que se arriesgan a perder el vuelo de vuelta, entre otros efectos colaterales. Quede apuntado que, en mi opinión, si tener un hijo suele ser un acto de valentía, la adopción de una persona que ya está en este mundo es un acto de solidaridad y generosidad supremos. Pero en este tiempo ha ocurrido una pequeña cosa. Los primeros días cuando escuchaba al muchacho llamar a su adoptante lo hacía por su nombre de pila. Ahora le dice: mami. E imagino que la primera vez que lo oyó, notó como el corazón le daba un vuelco.
1 comentario:
Lo de las adopciones internacionales es un martirio... Yo comprendo que hay que ser serios y filtrar pero, con tanto fistro con tanto fistro, impiden que muchos niños accedan a una familia. Se pudrirán en los orfanatos o en las calles...
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