sábado, 30 de mayo de 2009

De gestos y ruidos repetidos.

La precariedad de las conexiones continúa pero al menos hoy he podido conectarme en el centro comercial que hay junto a mi casa y aunque la señal parece una montaña rusa, aquí estoy escribiendo.
Me he puesto ante el teclado sin tener muy claro qué quería contar hoy. Pero la escritura en este lugar evidencia la vida cotidiana y me gustaría destacar dos aspectos.
El primero es uno de los parámetros de civilización de una sociedad: el nivel de ruido. En relación inversa, claro está: a mayor nivel de ruido, menos conciencia del problema que este ocasiona y menor desarrollo social. Viniendo de España, país evidente y eminentemente ruidoso, poco tengo que objetar. Solamente constato que aquí todavía es mayor el nivel de contaminación acústica. Muchos negocios ponen sus bafles en la calle y comienza la música a todo trapo, en una acción que se supone de marketing pero que tiene que ver más con una prueba a los tímpanos de los que por allí transitan.
Y otro aspecto, probablemente marginal, pero al que se le puede sacar punta sociológica: aquí en los centros públicos; centros comerciales, bancos, empresas, las personas dedicadas a la limpieza (siempre mujeres) friegan el suelo constantemente. Pasan una, dos, mil veces. Aunque pises dos segundos después. El movimiento de la fregona es eterno pero nadie parece preguntarse para qué y si es verdaderamente necesario.

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