
Hay días en el que el mundo se para y todo se da la vuelta. Y a pesar de que todo se ha invertido de repente, todo encaja, todo halla su sitio exacto y en él se ensambla suavemente. Y uno asiste a esta maravilla, extasiado, pensando en la inmensa fortuna que ha tenido al ser protagonista y espectador de semejante fenómeno. Esos días son los que cambian una vida, lo que le da sentido a la propia existencia y lo que te ayuda a percibir la propia bondad del mundo que te rodea.
Quien piense leyendo el párrafo anterior que lo dicho es sólo literatura, o tiene mala memoria o no ha tenido la oportunidad de sentir ese estado de felicidad permanente y de fortaleza perpetua.
Hay sólo una cuestión inquietante: depende en gran parte del azar. Bien es cierto que hay personas muy proactivas que apuestan decididamente por la búsqueda de esta primavera perenne… pero nada garantiza el éxito. Y para ser sinceros yo ni siquiera fui una de ellas. Mi único mérito fue el de la perseverancia, un cierto optimismo que siempre he querido y podido alimentar y algo de valentía.
En fin, amigos, conocidos y allegados, los hados del destino me honraron con su generosidad y me concedieron el conocimiento y la vivencia de unos de esos días. Y mi única pena hoy es certificar que algunas veces me olvidé de esta dicha y que no la correspondí con una sonrisa y una palabra cálida.
1 comentario:
Curiosamente, hermano, estaba yo estos días dándole vueltas a ideas y sentimientos parecidos. También nuestros aprendizajes y buenos propósitos son débiles y nos chantajean... y mientras tanto la vida se escapa y hay días en los que uno reconoce que no ha habido ni una chispa de verdadera alegría... Unos niños cambian eso, claro... (o unos adultos). En fin... Cada día tiene su cielo y su infierno. Hay que saber bascular...
Javier ;-)
Publicar un comentario