lunes, 22 de junio de 2009

Sin red.

Observo y escucho estas vidas de muchos de mis alumnos y ex-alumnos, muchachos y muchachas, con sus esfuerzos, sus quimeras, sus realidades, su cotidianeidad tantas veces apabullante, viviendo en esta realidad tan hostil para el que tiene poco...
Comprendo la presencia de la religión en sus vidas, hecha de una mezcla de necesidad de conforto y de fortaleza, de búsqueda de certezas y de seguridad.
A la incerteza de la adolescencia suman otras tantas. A veces se inventan escusas infantiles para no ir a la escuela o para salir antes de clase. Se comportan como lo que son: una mezcla en diversas proporciones de niño y adulto. Pero nunca te presentan como escusa para hacer o no hacer algo: tengo uno, dos, tres hijos, mis padres no me han demostrado el menor cariño y cuidado, no puedo ni en sueños comprarme un calzado adecuado para la cocina, no tengo para el autobús, el fulano que me atropelló no quiso pagar una tomografía (grandísimo hijo de puta, añado yo). Todo esto forma parte de la cotidianeidad y como si de un necesario trámite para la superviviencia se tratara, siguen aquí, buscando su lugar en el mundo. Con una pequeña diferencia: aquí nunca hay red para el funambulista.

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