Una llamada de teléfono a España, por larga que sea, siempre te deja la satisfacción de poder conversar con las personas a las que quieres y el mal sabor de boca de no poder decir todas las cosas que piensas desde que cuelgas. Y ocurre además que algunas imágenes de vida cotidiana de España que se dibujan en la conversación se convierten en algo casi corpóreo y me viene una cierta nostalgia y también un malestar difuso porque mis objetivos diarios son otros, son absorbentes y muy distintos a los que tendría allí. Sucede que ahora que tengo la cabeza - y el cuerpo- en otro sitio, la vida en España sigue pasando, claro; alguien te observa desde el autobús, un niño llora, la liga se acaba, empieza el calor, buscas una aspirina en el cajón, recuerdas una cosa de cuando eras pequeño, miras la luz del sol como entra por la ventana cada día un poco antes.
Y sin embargo, hace falta llegar hasta aquí, con sus subidas y sus bajadas, para mirar con perspectiva y ternura esas cosas pequeñas de allí.
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