jueves, 25 de septiembre de 2008

Dia 12. Martes 23 de Septiembre.

Hoy, cuando al fin el instalador de la conexión a Internet se ha dignado a pasar por el apartamento, ha tirado el enésimo cable desde la calle a casa, haciéndolo entrar por la ventana y ha conectado el cable al ordenador, parecía que este capítulo iba a solucionarse.
Pero los hados del destino no han tenido a bien que la conexión funcionase y la tarde ha pasado entre reclamaciones y situaciones surrealistas:

“Señorita me han dicho que llegarían a las 4 y son las 6”
-Ay! Ahora me pongo en contacto telefónico con el técnico.(…) Sí, me dice que ya está en su casa.
-“Señorita, fíjese que, si el técnico está en estos momentos en mi casa, debe ser su espíritu, porque yo aquí no veo a nadie.”

He pensado en devolverles el módem pero el sólo pensamiento de iniciar los trámites con la otra compañía me fatiga. Aprovecharé la extrema cercanía de mi casa a la central de la empresa telefónica para cabrearme con ellos periódicamente y tête a tête.

El día no ha finalizado así, si no que he dado un vistazo a la Sanidad (privada) de Honduras, al menos a la de Tegucigalpa. He amanecido con el párpado inflamado por un orzuelo y la aseguradora que nos cubre me ha asignado al Hospital Viera. Así que después de las clases y del capítulo de Internet me he pasado por ahí.
Las expectativas eran malas, para que lo voy a negar. La entrada al hospital peor:
-Buenas tardes, vengo porque tengo esto y me han telefoneado de la aseguradora para que venga aquí.

-No, no, a mí nadie me ha dicho nada.


. Disculpe, es que ni siquiera me ha preguntado el nombre, no le parece que podría mirar entre sus papeles por si hubiera algún documento de la compañía aseguradora? Me llamo Enrique Barrado.

. Ahhhh! Es usted el Sr. D. Enrique…

Pero después de esto, la cosa fue bien: no hubo esperas, pasé directamente a consulta, el sitio era elemental pero equiparable a muchos hospitales y consultorios de la Seguridad Social española, me pusieron una inyección sin que apenas lo notara, el médico tuvo claro lo que tenía y lo que había que hacer. Apenas una hora después salía con tres recetas en la mano, que eso sí, costaban la mitad del salario mínimo hondureño.

Y mientras volvía a casa en el taxi más desvencijado que haya tomado en mi vida, pensaba en las colas de urgencias en cualquier hospital español (público) y en que todo lo acaecido también forma parte de una experiencia de vida en otro país.

P.D.: Mi agradecimiento sincero a quienes tenéis a bien colgar algún comentario. Me siento acompañado por vuestras palabras y vuestro interés.

2 comentarios:

portoojo dijo...

Esto no es nada comparado con la sanidad conakryense..., como poco te costará imaginar.
Salud
Javier

Enrique Barrado dijo...

Hoooola Caro Fratello. Si,si, pensaba en tu incursión a la medicina guineana. Con todo, aquí, como en el resto del mundo (a poco desarrollo que haya en el país X) el dinero es el que te garantiza uana asistencia con parámetros de calidad.